LOS SERVICIOS DEL ARTE




LOS SERVICIOS DEL ARTE

Desde la crítica suele decirse que el arte no sirve para nada, o sea, que no sirve a otros intereses que los del propósito de la obra. Se buscó así liberarlo del servicio de la religión y de la ideología, disponiéndolo para alcanzar fines mas altos que la ilustración de postulados ajenos. Pero esto siempre trajo problemas. Por izquierda se le reprochó la falta de compromiso con los conflictos de la cultura. Incluso conspirar contra su solución ofreciendo distracciones. Por derecha se le critica una actitud improductiva que favorece la insolvencia y la dependencia. Y si bien, no servir mas que al arte, trajo una libertad creciente, también es cierto que lo ha llevado a alejarse de los intereses comunes. Se estableció así una contradicción entre el arte que sirve a esos intereses, pero es poco interesante, valga la redundancia, y las producciones mas “elevadas” pero herméticas.

¿Y que intereses quedarían insatisfechos o complacidos, según a quien sirva el arte?

Tomo nuevamente para abordar este asunto obras de Loly Morón y de Miechu Dola por el conocimiento que tengo de ellas, pero también porque estos artistas han logrado un amplio reconocimiento en sus comunidades.

Y voy a comenzar con una obra de Miechu Dola de la década del setenta. En realidad no es una obra, sino un conjunto de ellas. Lo interesante es que no hay ninguna diferencia con otras, de similar calidad, de Nicolás de Staël, producidas en Europa por la misma fecha. Estoy seguro de que no puede hablarse de influencia, ni de cita. Mucho menos de plagio. Se trata de una dirección común. Las dos ponen un gran acento en el color, condición que ha caracterizado al artista europeo, pero también al nuestro. Son dos obras que, partiendo del trabajo formal sobre el paisaje, se han ido acercando a la abstracción. Pero luego Miechu, debió encontrar su propio camino y, mientras su colega europeo evolucionaba definitivamente a la abstracción, Miechu volvió para registrar esos rincones del paisaje donde humanizar una naturaleza que, hasta él, no tenía lugar para nosotros. Ese fue un servicio concreto a la comunidad que recibió sus obras. Las conquistas formales fueron cediendo paso a esos paisajes serenos en donde aquel trabajo sobre la forma, vuelve como austeridad, dando como resultado esa sencillez tan característica de la pintura de Dola.

El fenómeno me pareció interesante porque ese quiebre y su regreso a formas más representativas, pone de relieve un ideal que entiende al progreso como ruptura y alejamiento de las representaciones mas comunes, en busca de un lenguaje de autor, que obligue, a quién recibe la obra, a ceder sus convenciones y a adoptar las que promueve la propuesta.

Esta es la vieja vía moderna, la que lleva a un progresivo alejamiento de las representaciones comunitarias y tradicionales, en favor de una representación universal. De hecho De Staël, es un artista internacional y Dola un artista local. Esta polémica suele desembocar en una queja mas o menos resentida sobre los modelos hegemónicos, o sea, universales.

Pero esa queja también arrastra su pretensión de hegemonía, solo que “nuestra”. Y de hecho Dola es un artista “nuestro”, aunque sus obras estén impregnadas de las modalidades propias de la Historia Universal Del Arte. Por este camino solemos encontrar la apelación a la famosa identidad. Al parecer otra de las necesidades básicas de estos pagos. Lo digo con cierta ironía porque creo que la identidad es más bien un resultado y no siempre un resultado deseable. Pero se puede anotar: la identidad es otra de las necesidades locales que la pintura de Dola ha satisfecho.

Y en ese tren podemos anotar una más: la de una redefinición de la belleza, mas acorde al poblamiento de este sitio. Me refiero a que, pese a lo que pudiera parecer en contrario, la belleza natural no favorece la identificación con ella. No es difícil entenderlo: la belleza natural no incluye ningún punto en el cual pueda inscribirse el orden humano. Es mas: nos excluye. Podría tranquilamente subsistir sin nosotros. ¡Mejor sin nosotros! Esa belleza tiene una cara aterradora que hace patente nuestra ausencia. El planeta ha sobrevivido a catástrofes de toda laya, conmigo o sin migo. Pues bien: la pintura de Dola ha hecho humana esa naturaleza. Y con un procedimiento que también es moderno: el encuadre, ese recorte de un recodo del río, o de un árbol de forma particular. ¿Es forzar mucho las cosas preguntarse que relación tiene esta manera de tratar el paisaje, que procura apropiarse de él, con la apropiación de tierras que caracteriza el poblamiento en nuestra región? ¿No son uno el reverso del otro? Probablemente a Dola este juicio le disguste y a muchos de sus seguidores también y lo rechacen con vehemencia. Yo mismo lo enuncio con reservas.

- ¡¿Qué tiene que ver una apacible pintura con esos gamberros que ocupan tierras por no pagarlas? ¡Ve como mezcla todo! ¡Maldito barroco!

Y tal vez tengan razón, pero desde un punto de vista critico no podemos evitar poner en relación dos fenómenos que tienen en común la representación de la tierra. Bueno, porque de eso se trata, el arte es una fábrica de representaciones, que da forma a los apetitos y a los famosos valores. O dicho de otra manera: determina que apetitos son valorados como elevados y cuales como aborrecibles.

La crisis del arte - que la hay - no se explica solo porque se haya alejado de los intereses de las comunidades. Esos intereses son hoy cubiertos por el mercado y los medios y las comunidades no necesitan más al arte para que fabrique sus representaciones.

Y para ilustrar esta retirada del arte voy a tomar una obra de Loly Morón, que ilustra muy bien la crisis y también propone una salida. Se trata de una obra que se llama “Volver a Empezar” un óleo de 100 x 120 cm., del año 2007. En su centro y de un modo casi simétrico, encontramos una figura femenina con aspecto atribulado, que se toma la cabeza entre sus manos mientras apoya los codos en sus rodillas. El conjunto formal muestra una especie de X cuyo centro casi coincide con el de la tela. A un lado y a otro pueden verse dos cabezas que parecen surgir del fondo. El asunto temático de la obra parece ser un dilema que aqueja a la protagonista. Pero como de este dilema solo nos puede decir algo Loly, puedo arrogarme la potestad de reinterpretar el contenido de la pintura, diciendo que, la cuestión que aqueja a esa figura, es que hacer con el mismísimo arte.

Recordemos que la búsqueda formal que organizaba la pintura de Loly, era un mestizaje entre el cubismo tardío y ciertos realismos diversos. Esa mezcla, que explotó el muralismo mejicano, ha tenido entre nosotros una gran extensión. Y de nuevo: porque respondía a necesidades concretas: dotar de sentido moderno a esas comunidades incipientes. Loly, en esa dirección, puso imagen a todos los ideales comunitarios. Y es una tarea que aún aguarda un estudio critico serio.

También los artistas que empezaban a hacer su obra en esta ciudad, necesitaban la renovación formal que aportaba el arte moderno. Entonces: para los artistas, el progreso de la obra, y para la comunidad sentir que progresaba y era moderna.

Si en ese código todo encontraba su lugar, porque ese era el anhelo de la comunidad que albergaba a Loly y sus producciones, no ocurre lo mismo en estos tiempos, donde nada encuentra fácilmente el suyo. Las estructuras discursivas de la cultura están severamente dañadas, y no se ve en el horizonte algo que preanuncie alguna restauración. Al menos desde la unidad. Es más probable que la restauración provenga de otras operaciones - diversas - que, aprovechando la perdida de influencia de los sistemas unificantes, tengan la oportunidad de hacer propicia su diferencia para el progreso del arte.

La búsqueda formal que organizaba el código de Loly, ha caído en desuso, ¿Cómo volver a empezar? Esa pregunta es válida para el personaje que Loly nos pinta, pero también para el arte llamado local, cuando el soporte formal que sostenía sus búsquedas, cae, y con él la organización de la obra. Y cuando hablo de sostén, también me refiero al sistema de oposiciones que todo sistema valorativo implica. Por ejemplo: lo universal versus lo local.

El mérito de Loly, lo vengo diciendo desde hace tiempo, es dejar constancia, en la pintura misma, de los cambios ocurridos. La ingenuidad del artista (su peor pecado) es justamente desconocer que, haga lo que haga, está determinado por un discurso que tiene, además, una historia. Entiendo que es necesario conocer tanto uno como otro. Y ese gesto de lucidez - saber donde se está parado - permite poner a trabajar las coacciones de ese discurso en favor de la obra.

Finalmente, el otro campo importante, relacionado con este, es el de la eficacia de la obra. Pero para ello es necesario revisar sus presupuestos, los contextos en los que se produce y, fundamentalmente, considerar la recepción de la obra. Pero esto quedará para otro texto.

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